Pocos perfiles profesionales han experimentado una metamorfosis tan silenciosa como la del fiscalista. Y sin embargo, ahí está: sentado frente a tres pantallas, revisando no ya balances, sino flujos de datos, plataformas de facturación electrónica y simuladores fiscales que se actualizan al ritmo del BOE. Si algo ha dejado claro la reciente ola normativa en España es que quien no se suba al tren digital, se queda en el andén.

El punto de inflexión lo marcó la Ley Crea y Crece. A partir del 1 de julio de 2025, todas las empresas y autónomos estarán obligados a emitir facturas electrónicas. Esto no solo implica una mudanza tecnológica, sino una nueva manera de entender la fiscalidad. La factura digital deja rastro, permite control, automatiza tareas, y obliga al asesor fiscal a dominar sistemas que, hasta hace poco, eran terreno exclusivo de los informáticos.
“El perfil clásico del fiscalista ha muerto”, apunta sin dramatismo María del Pilar Gómez, socia de Fiscalidad. “Hoy necesitamos profesionales con conocimientos jurídicos, contables y tecnológicos. Y además, con capacidad de comunicación para traducir complejidad normativa en estrategias comprensibles para el cliente”.
Y es que la normativa no se detiene en lo digital. La Ley 7/2024 ha introducido cambios sustanciales en el Impuesto sobre Sociedades, el IRPF y el nuevo Impuesto de Solidaridad sobre Grandes Fortunas. La planificación fiscal se convierte en un ejercicio de equilibrio entre el cumplimiento normativo y la optimización inteligente de recursos. Más que un mero calculista, el nuevo fiscalista debe ser un estratega.
Donde antes bastaba con conocer el calendario tributario, ahora hay que estar al tanto de las novedades legislativas semanales, como las propuestas para penalizar fiscalmente la vivienda vacía o las rebajas en el IRPF por alquiler en zonas tensionadas. Un alud normativo que obliga a una actualización constante, casi en tiempo real.
La transformación se refleja también en los despachos. Los grandes bufetes reconfiguran sus equipos, incorporan perfiles mixtos, invierten en software de gestión y automatización fiscal. Se habla de «tax technology», de «compliance predictivo», de asesoría proactiva.
El cliente ya no llama para saber cuándo presentar el IVA; exige saber cómo reducir su huella fiscal en tres países distintos, sin vulnerar una sola línea del Reglamento europeo. Y eso, exige una nueva manera de trabajar.
“Es un reto, pero también una oportunidad”, concluye Del Pilar Gómez. “Porque el fiscalista que se reinventa no solo sobrevive: lidera”.




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